Solia sentarme a la orilla del rio, a la sombra de un olivo, mientras escuchaba el flujo del agua, y las aves cantar alegres a la llegada de la primavera, y los animales hacían… Cosas de animales. Yo solo pensaba, pensaba en cualquier cosa—menos en que algún día te cruzarías en mi camino—y cerraba los ojos y sonreía. ¡Como disfrutaba mi soledad!
Un día, tome una de esas florecillas silvestres entre mis dedos, delicadamente la observaba, tenia sus colores tan vivos, un tallo tan delicado, sus petalos suaves al tacto. Y desprendía un olor hermoso, que me devolvía la serenidad. Ahí estaba yo… Admirando a una flor.
No se en que momento sucedió, cerre mis ojos para alejarme del mundo un momento, y en cuanto los abri de nuevo, estabas sentado junto a mi. Me miraste con esos ojos penetrantes, tan vivos y alegres, me sonreíste y volteaste la mirada al rio mientras te acomodabas junto a mi.
Recuerdo que ese día no hablamos, pero si pensé en que tal vez eras un poco muy raro, ¿Qué hacias ahí? ¿En mi lugar secreto, en mi escape del universo? Aunque tal vez yo era muy rara, había llegado ahí primero, y eso no me daba derecho alguno de poseer el lugar. Me encogi de hombros, y seguí disfrutando mi—invadida—soledad.
Al siguiente día, suspire de alegría al no verte. Tal vez mi indiferencia te había alejado de mi, de cierta forma también me desilusiono un poco, pero estaba feliz puesto que volveria a disfrutar mi soledad.
Aunque volvió a pasar igual, cerre los ojos durante escasos segundos y apareciste sentado junto a mi, me miraste de nuevo con tus ojos penetrantes y te acomodaste, un poco mas cerca de mi. Pasaron algunos momentos de incomodo silencio, y al fin hablaste, aunque un tanto extraño—y fuera de lugar, además de confuso—susurraste – Deja que los frutos del olivo maduren…-- y sonreíste.
Y, aunado a que no tenia sentido, me sentí bien al escuchar tu voz, era gruesa, y tan serena. Sonrei, creo, en respuesta. Puesto que no sabia que significado tenia, ni que responderte. Luego de eso, lo único que recuerdo es que hablaste sin parar por dos meses.
Al principio, me molestaba, se había ido la tranquilidad que tanto me gustaba de ese lugar, pero luego me empezó a gustar tu compañía, y aunque yo no hablara tanto como tu, disfrutaba escuchar tus divertidas historias y reirme de ellas. Sonreia cada vez que me decias algún alago, y apretaba tu mano como señal de apoyo cuando me hablabas de tus problemas.
Aunque nunca me hablaste mucho de ti, ni siquiera supe tu nombre. Y aun así, jamás olvide lo que me dijiste de los Olivos… y jamás olvidare aquella tarde.
Llegaste como cualquier otro día, te sentaste pero en lugar de hablar, sin parar como siempre lo hacias, guardaste silencio y mirabas el agua fluir con mucha melancolía, y un poco demasiado triste. Lo cual me hizo sentir una opresión en mi pecho.
En lugar de acercarte a mi, yo me acerque a ti, apreté tu mano y te mire fijamente, tus ojos ya no eran tan penetrantes, y tu rostro reflejaba cierta tristeza. Yo no soporte verte así. Senti que era mi turno de hacerte reir y olvidar tus problemas. No pensé en algo que pudiera hacerte reir. No pensé en lo que dije y solo lo dije.
-- ¿Cómo que deje madurar los frutos de los olivos? – me sentí estúpida al preguntarte. Pero pude lograr lo que quería, sonreíste. Me miraste y mientras te acomodabas en tu lugar susurraste – No se – luego te reíste, y provocaste que yo me riera.
Dure dos meses en preguntarte, al siguiente día, no nos sentamos a la sombra del olivo, si noq eu nos acostamos en el pasto que crecia en los alrededores de este, yo a la izquierda tu a la derecha, ambos mirándonos a los ojos.
No se de donde sacaste una flor, idéntica a la que admiraba el día que te vi por primera vez, pasaste la flor con delicadeza y suavidad, sobre mi piel, comenzando por el cuello, luego al pecho… terminando en mi brazo, y la depositaste suavemente en mi mano derecha. Estabas muy callado. Demasiado para como hablabas hace unos días. Ambos sonreímos por que nos dimos cuenta del silencio y nos sonrojamos.
Te mire de nuevo, esperaba que dijeses algo, para romper la tensión. Pero tal vez ahora me tocaba hablar a mi. – Hola – susurre – Me llamo Nancy—dije en el tono mas bajo que pude. Te provoque un suspiro.
-- Hola, Nancy – Acariciaste mi cabello, aun me estremezco cuando lo recuerdo – Soy Aaron – Sonreiste aun mas.
Que lindo era, de un momento a otro, tus manos tomaron las mias, con la flor aun ahí. Senti como mis mejillas adquirieron un color rojizo. Y sin darme cuenta sonreía como imbécil. Algo tenias que me encantaba.
-- ¿Ya dejaste madurar los frutos del Olivo? – preguntaste mientras te acercabas a mi.
-- Ya -- fue lo que alcance a decir antes que me besaras por primera vez…
Y aunque ya no volviera a verte. Luego de ese día, nunca mas me sentí sola, todos los olivos siempre me recordaran a ti, al igual que nuestra celebre frase hay que dejar madurar los frutos del olivo y nuestro lugar.